Hoy, 13 de octubre de 2025, se cumple un mes exacto desde que el telón de la vida cayó para Máximo Parpagnoli. El histórico fotógrafo del Teatro Colón, el hombre que convirtió la fugacidad del arte escénico en eternidad, nos dejó el pasado 13 de septiembre, pero su legado resuena con más fuerza que nunca en la cultura argentina.
En el coliseo porteño, el pulso de la ópera y el ballet continúa, pero se siente la ausencia del ojo discreto y certero que durante cuatro décadas capturó su alma. Parpagnoli no era un mero documentalista; era un artista que entendía la emoción del momento como nadie. Sus fotografías son un testimonio vivo que nos recuerda que la belleza no solo está en el brillo del escenario, sino en la intensidad de una mirada detrás del telón o en la tensión de un ensayo.
El Retrato Íntimo del Genio
Máximo Parpagnoli solía decir que, al tomar una foto, sentía que tenía “el ojo, el oído, el dedo y el corazón en sintonía”. Esta frase resume la sensibilidad que lo distinguía: su habilidad para escuchar la música con la cámara y capturar la energía única que hace que cada función sea irrepetible.
Sus imágenes no solo ilustraron la historia del Colón en libros, afiches y programas, sino que también trascendieron las fronteras, llevando la majestuosidad de la escena argentina al mundo. Esta excelencia fue reconocida con el premio internacional 35 Awards, que lo destacó entre los cien mejores fotógrafos del país.

Legado que Inspira y Cuestiona
Más allá del brillo del foyer y la platea, Máximo también utilizó su arte para proyectos de profundo impacto social. Su trilogía fotográfica, con “Titánides” como primer capítulo, abordó con crudeza y belleza el empoderamiento femenino y la violencia de género, demostrando que su lente no se limitaba a lo clásico, sino que era una herramienta de conciencia y debate.
A un mes de su partida, mientras su ausencia se siente con melancolía, el mejor homenaje que podemos rendirle es revisitar su obra. En cada plié, en cada nota suspendida, en cada gesto dramático capturado, reside la promesa que él mismo nos dejó: que la fotografía, al contener el llanto para que la visión no se nuble, puede inmortalizar la emoción y, tal vez, solo tal vez, seguir haciendo del mundo un lugar mejor
